Ni honestidad ni valentía
Marco Provencio
Normalmente se necesita alguna razón para hablar pero ninguna para mantenerse callado. Si como se dice, las personas son dueñas de su silencio pero esclavas de sus palabras, entonces hay que considerar que en ocasiones puede haber tanta sabiduría en el silencio como en un libro de cabecera. Lo que no siempre se explica con facilidad es por qué hay ocasiones en que las personas “rompen el silencio”. ¿Por designio específico? ¿Por accidente? ¿Por que les pesa? ¿Por que, como decía Stevenson, con frecuencia las mentiras más crueles se dicen en silencio?
Sea el caso que fuere, nuevamente surge un elemento adicional que confirma que ni honestidad ni valentía fueron los principios que guiaron la conducta de López Obrador durante estos años. Cinco meses después de las elecciones del 2 de julio, la señora Ana Cristina Covarrubias, encuestadora contratada en su momento por el perredista, declara que de su propio trabajo se derivaba que la ventaja de su cliente se fue reduciendo desde inicios de año “hasta llegar a un punto en la semana previa a la elección”. Un solo punto en la semana previa a la elección. Es demoledor. O debería serlo. Porque confirma una más de las sospechas sobre el comportamiento público del candidato: no es de confiar.
Muchos que la conocen dicen que la Sra. Covarrubias es una persona capaz, íntegra. Seguramente puede ser. Por qué no. No tengo el gusto de conocerla, pero a la luz del peso de sus declaraciones parece cuando menos inexplicable guardar un silencio de cinco meses mientras el país se debatía entre gritos de fraude y llamados a la “resistencia civil”, por un lado, y el apego a las instituciones y a la legalidad, por el otro; mientras familias enteras se dividían entre acusaciones de complicidad o de ceguera, de pérdida de dignidad o de fanatismo. Guardar un silencio así mientras el país corría los riesgos que vivió ha de haber sido, cuando menos, una lápida intolerable.
Sólo recordemos que con posterioridad al día de la elección y para acrecentar la sensación de despojo entre sus seguidores, López Obrador insistía en que hasta el 2 de julio seguía manteniendo su famosa (y esta sí fraudulenta) ventaja de diez puntos. Por tanto, el resultado reportado por el IFE simplemente no era creíble. Ahora sabemos que no había valentía ni mucho menos honestidad en esas aseveraciones.
Cómo olvidar cuando a inicios de año el perredista publicaba alegre y profusamente las encuestas de la Sra. Covarrubias, las que en esa época ciertamente le reconocían una amplia ventaja sobre los demás. Muchos encuestadores coincidían en ese rango a favor de ese tabasqueño, por lo que no había sospecha ni rareza en ello. Sin embargo, ahora sabemos que a partir de marzo la aludida encuestadora decidió de motu proprio ya no publicar los resultados de su trabajo “por respeto al cliente”. ¿”Por respeto al cliente”? ¿Que qué?
El Consejo General del IFE estableció en su momento un acuerdo que estipula los lineamientos y criterios generales de carácter científico que deben seguir todas aquellas personas físicas y morales que lleven a cabo encuestas por muestreo. Es de esperarse que la gran mayoría de las empresas encuestadoras siguiera esos criterios. Lástima que los mismos no incluyeran también criterios de carácter ético (aunque nunca es tarde para una versión revisada de los mismos). ¿Bajo qué criterios una empresa decide publicar hoy sí porque conviene al cliente (el que además básicamente no paga con dinero propio sino con el producto de los impuestos), pero mañana no porque le perjudica? “Yo tengo el absoluto derecho de decidir si publico o no… evidentemente en este caso se decidió no publicar puesto que no teníamos para qué decir públicamente que nuestro cliente iba bajando…” le ha dicho la Sra. Covarrubias a Ciro Gómez Leyva. Y es poco probable que tenga siquiera algo de razón. No cuando hay recursos públicos involucrados, cuando la transparencia no puede entenderse en función de la conveniencia de los actores, cuando el resultado de los silencios es ahora una tercera parte de la población creyendo en la teoría del fraude y del complot. Como con frecuencia sucede, muchos de nuestros problemas no son técnicos sino éticos.
Dicen algunos que fueron cercanos colaboradores del ex jefe de gobierno que normalmente cuando éste les quería pedir su opinión sobre un asunto él mismo terminaba dándoselas a ellos. Parece ser más creíble que la decisión de “respetar al cliente”.
mp@proa.structura.com.mx
Normalmente se necesita alguna razón para hablar pero ninguna para mantenerse callado. Si como se dice, las personas son dueñas de su silencio pero esclavas de sus palabras, entonces hay que considerar que en ocasiones puede haber tanta sabiduría en el silencio como en un libro de cabecera. Lo que no siempre se explica con facilidad es por qué hay ocasiones en que las personas “rompen el silencio”. ¿Por designio específico? ¿Por accidente? ¿Por que les pesa? ¿Por que, como decía Stevenson, con frecuencia las mentiras más crueles se dicen en silencio?
Sea el caso que fuere, nuevamente surge un elemento adicional que confirma que ni honestidad ni valentía fueron los principios que guiaron la conducta de López Obrador durante estos años. Cinco meses después de las elecciones del 2 de julio, la señora Ana Cristina Covarrubias, encuestadora contratada en su momento por el perredista, declara que de su propio trabajo se derivaba que la ventaja de su cliente se fue reduciendo desde inicios de año “hasta llegar a un punto en la semana previa a la elección”. Un solo punto en la semana previa a la elección. Es demoledor. O debería serlo. Porque confirma una más de las sospechas sobre el comportamiento público del candidato: no es de confiar.
Muchos que la conocen dicen que la Sra. Covarrubias es una persona capaz, íntegra. Seguramente puede ser. Por qué no. No tengo el gusto de conocerla, pero a la luz del peso de sus declaraciones parece cuando menos inexplicable guardar un silencio de cinco meses mientras el país se debatía entre gritos de fraude y llamados a la “resistencia civil”, por un lado, y el apego a las instituciones y a la legalidad, por el otro; mientras familias enteras se dividían entre acusaciones de complicidad o de ceguera, de pérdida de dignidad o de fanatismo. Guardar un silencio así mientras el país corría los riesgos que vivió ha de haber sido, cuando menos, una lápida intolerable.
Sólo recordemos que con posterioridad al día de la elección y para acrecentar la sensación de despojo entre sus seguidores, López Obrador insistía en que hasta el 2 de julio seguía manteniendo su famosa (y esta sí fraudulenta) ventaja de diez puntos. Por tanto, el resultado reportado por el IFE simplemente no era creíble. Ahora sabemos que no había valentía ni mucho menos honestidad en esas aseveraciones.
Cómo olvidar cuando a inicios de año el perredista publicaba alegre y profusamente las encuestas de la Sra. Covarrubias, las que en esa época ciertamente le reconocían una amplia ventaja sobre los demás. Muchos encuestadores coincidían en ese rango a favor de ese tabasqueño, por lo que no había sospecha ni rareza en ello. Sin embargo, ahora sabemos que a partir de marzo la aludida encuestadora decidió de motu proprio ya no publicar los resultados de su trabajo “por respeto al cliente”. ¿”Por respeto al cliente”? ¿Que qué?
El Consejo General del IFE estableció en su momento un acuerdo que estipula los lineamientos y criterios generales de carácter científico que deben seguir todas aquellas personas físicas y morales que lleven a cabo encuestas por muestreo. Es de esperarse que la gran mayoría de las empresas encuestadoras siguiera esos criterios. Lástima que los mismos no incluyeran también criterios de carácter ético (aunque nunca es tarde para una versión revisada de los mismos). ¿Bajo qué criterios una empresa decide publicar hoy sí porque conviene al cliente (el que además básicamente no paga con dinero propio sino con el producto de los impuestos), pero mañana no porque le perjudica? “Yo tengo el absoluto derecho de decidir si publico o no… evidentemente en este caso se decidió no publicar puesto que no teníamos para qué decir públicamente que nuestro cliente iba bajando…” le ha dicho la Sra. Covarrubias a Ciro Gómez Leyva. Y es poco probable que tenga siquiera algo de razón. No cuando hay recursos públicos involucrados, cuando la transparencia no puede entenderse en función de la conveniencia de los actores, cuando el resultado de los silencios es ahora una tercera parte de la población creyendo en la teoría del fraude y del complot. Como con frecuencia sucede, muchos de nuestros problemas no son técnicos sino éticos.
Dicen algunos que fueron cercanos colaboradores del ex jefe de gobierno que normalmente cuando éste les quería pedir su opinión sobre un asunto él mismo terminaba dándoselas a ellos. Parece ser más creíble que la decisión de “respetar al cliente”.
mp@proa.structura.com.mx
Etiquetas: 2 de julio, Campaña 2006, Covarrubias, Encuestas
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